Hassan Massoudy: Vivir la caligrafía árabe

por | Abr 2, 2018 | Sin categoría | 0 Comentarios

Para los egipcios y muchas otras grandes civilaciones la escritura fue un regalo que los dioses entregaron a los hombres. Sin embargo, los musulmanes, tras la prohibición de representar la figura humana y animal, se entregaron a este arte viviente, como forma de expresar y mostrar los principios divinos tras un largo proceso de reconocimiento. Os comparto un capítulo del libro Calligraphie arabe vivante de Hassan Massoudy, considerado por el escritor francés Michel Tournier como el «más grande calígrafo con vida» (Wikipedia). En este capítulo, de una manera hermosa, se nos explica este proceso, muy similar al que en el fondo vive el diseñador, es decir, la tensión entre la expresión de un contenido y su forma a través de imágenes, signos, colores, etc. El apartado que más me ha gustado ha sido el de la respiración, considerada por los textos sagrados de India, el puente entre el consciente y el inconsciente.

 

Contenido

El significado de un texto es una cosa, y su caligrafía, otra, aunque en ocasiones ambos estén estrechamente relacionados. La caligrafía no es sólo la fijación de un texto, si no una composición abstracta que expresa una concepción del mundo. La relación entre la forma especial de las letras negras y la blancura que las rodea se ha estudiado con método y minuciosidad. La caligrafía tradicional, conociendo a la perfección su arte, a dado lugar a una composición poderosa, poderosa portadora de sentimientos e ideas, como un puente que permite llegar al sentido real de las palabras escritas.

Todo el que mira una caligrafía percibe, de entrada, su aspecto plástico, y sólo después advertirá el sentido. A menudo, incluso la información se ve entorpecida por los efectos estéticos. La dimensión caligráfica procede de la riqueza y de la variedad de niveles de percepción: la composición o la forma global, el equilibrio o desequilibrio sugerido por los espacios blancos y negros, el ritmo y, finalmente, el desciframiento del sentido de las palabras y de lo que subyace en ellas.

 

Preparación

En nuestro trepidante siglo XXI, donde predomina la rapidez y la rentabilidad, la caligrafía sigue siendo un arte que requiere paciencia, donde hay que ir quemando etapas. El calígrafo necesita numerosos años de aprendizaje y debe asimilar toda la cultura relativa a su arte. Debe hacer ejercicios copiando a los grandes maestros, pues el descubrimientos de su riqueza contribuirá a perfeccionar su visión estética.

 

 

 

Un árbol frutal se desarrolla lentamente y saca nutrientes de la tierra, para que maduren sus frutos, dándoles color, sabor y perfume. Eso mismo debe hacer el calígrafo para madurar su caligrafía. El ejercicio despierta el conocimientos adquirido en todas las fibras de su cuerpo y libera miles de matices. La sabiduría y el estado de ánimo se orientan, se concentran y convergen en la punta del junco, donde nace el punto, el trazo, la palabra, salidos de la tinta como la sangre sale de las venas. Ésta se funde completamente con la tinta para renacer en el extremo de la punta de la pluma.

 

Aliento

La capacidad del calígrafo para contener la respiración se refleja en la calidad de su trazo. Habitualmente respiramos de manera mecánica e inconsciente, pero el calígrafo aprenderá, a lo largo de su formación, a dominar su respiración y aprovechar cada pausa respiratoria, para realizar un trazo firme y parar el trazo para volver a respirar. Un movimiento firme o uno suelto no es igual si se hace mientras se inspira o mientras se expira.

Cuando el movimiento es largo, para que la línea sea pura, el calígrafo retiene el aliento para que la respiración no intervenga en el gesto. Antes de caligrafiar una letra so una palabra, prevé en qué lugar tendrá oportunidad de respirar, y, ya puestos, de cargar tinta. Estas paradas se hacen en lugares concretos y codificados, aunque no haya que retener el aliento o aunque aún haya tinta en la pluma. Las paradas sirven tanto como para tomar aire como para tomar tinta. A los calígrafos que perpetúan los métodos tradicionales no les gustan las plumas metálicas con cartuchos porque producen un flujo de tinta ininterrumpido que hace inútil el dominio de la caligrafía y hace que se pierda el placer de sentir el peso del tiempo.

 

Concentración

El momento en que el calígrafo se concentra es el principio de un impulso que lo libera de una dificultad opresiva. Buscará en lo más profundo de sí mismo su propia vía.

 

 

 

Todo su cuerpo deberá participar del acto caligráfico, y éste deberá estar de acuerdo con su mente. La concentración requiere un vacío visual y auditivo, así como la creación de un ambiente sereno que no debe ver limitado por los contratiempos de la vida exterior. Tiene que sentir el vacío como si todo desapareciera alrededor. Una vida esférica en cuyo centro se encuentre a sí mismo; cuanto más aumente su concentración, más se acercará al centro de la esfera. Entonces descubrirá un mundo rico y se convertirá en su propio maestro. Perderá toda pesadez, su mano adquirirá alas y su expresión se tornará más profunda, más autentica. Su energía llegará al máximo y dotará a sus letras con ella.

 

Más allá de las reglas

Los códigos son los guardianes de la tradición el nexo entre las diferentes generaciones de calígrafos. Evidentemente, pueden variar de un país a otro o de un maestro a otro. Los códigos sirven para controlar la ebullición interna de calígrafo y el desbordante flujo de sus emociones, y suscitan debates apasionados entre los calígrafos. Su sistema de medidas aporta una referencia ideal para emitir juicios. Pero en ocasiones hay que saltarse las reglas establecidas: el calígrafo debe transgredirlas en pro de su arte y, después, seguirlas a rajatabla. Porque una composición caligráfica debe desprender alguna cosa indefinible, impalpable, poderosa y fuera de toda norma.

 

Espacio

El espacio que proporciona la hoja en blanco es plasticamente modificado por la caligrafía, forma de expresión que invita a la contemplación y a la meditación. En una composición caligráfica, no existe el vacío, solamente hay plenitud negra y plenitud blanca, y cada uno de los espacios, en negro o en blanco, debe tener fuerza.

 

 

 

Podríamos establecer una comparación entre la caligrafía y la arquitectura. La arquitectura sirve para definir el espacio en el que se vive; el vacío es real e importa tanto como las paredes. El espacio, en caligrafía, encuentra todo su valor, en la relación con las letras negras y viceversa.

 

Expresión

La alegría, la felicidad, la paz, la angustia y la violencia social son asimiladas y expresadas por el arte del calígrafo. Dada su capacidad para recibir emociones y vivificarlas, su lenguaje puede ser universal, aunque la base del alfabeto árabe sea indescifrable para el resto del mundo. Gracias a la utilización del caligrama significado y visualización son universales. Como el artista habita en su arte, se implica en su gesto. Alza el vuelo con la ligereza de una letras o arrastra el peso de otra. La expresión, para él, puede ser una gran ocasión de libertad. Grita a los cuatro vientos lo que quiere decir y se derrama en sus palabras. Los calígrafos reproducen la expresión de siglos pasados sin cambiar la atmósfera de las composiciones. La de los monumentos antiguos, nuevos y fecundos en su momento, que ya no se comunican del mismo modo con nosotros. Cada época tiene su propia visión.

 

— Hassan MassoudyCalligraphie arabe vivante, Flammarion 1981.